La familia unida y la noche al acecho

Recuerdo una experiencia de un testigo al comprar una casa, un nuevo hogar. Eran cuatro integrantes —los padres y sus dos hijos—. Os dejo el relato y vosotros podréis sacar vuestras propias conclusiones. Dice así:
Recuerdo que estábamos buscando una casa donde vivir la familia y salir de las grandes ciudades. Un lugar tranquilo, con naturaleza y en donde se podría vivir tranquilo. Pues bien, recuerdo que buscando dimos con una casa muy bonita donde mi mujer y yo, nos enamoramos de ella a primera vista. Era algo cara, pero hablado con el dueño, nos pudimos hacer con él y el precio de la finca bajó. Con el paso de los días, el dueño tenía mucha prisa en venderla —cosa que no contó de lo que llevaría acoplado la casa—. Y si, en varios días, hicimos la documentación pertinente y el pago. El hombre nunca dijo nada y se marchó entregando las llaves.
Ese mismo día fuimos a la casa a verla mejor y mirar dónde más o menos empezaríamos a colocar cosas. Los hijos estaban en ese momento en el colegio, comedor y a luego con su tía —nosotros aprovechemos a seguir haciendo cosas en la casa—. Pues bien, estando en el lugar y quitando algunas cosas horribles que tenía el anterior dueño. Comimos tranquilos disfrutando del nuevo hogar. Pasaron algunas horas, o eso creí, y empecemos a oler a podrido, pero como no sabíamos de dónde venía dicho olor, seguimos comiendo como si nada y pensando que ya lo repararía si el olor viniera de las tuberías.
“Después de la compra, vendría las reparaciones dejando el hogar óptimo. Con muchas ganas de disfrutar de la vida fuera de las grandes urbes”
—Era evidente que sería una gran compra y lo que se ganaría en salud viviendo en el lugar—, pero el dueño no contó todo lo que la casa tenía. Siguiendo con el asunto de quitar cosas y mirar dónde poner las nuestras, se hizo tarde. Al final pensamos en marchar a la casa de la hermana de mi mujer y recoger a los niños. Y así fue, nos fuimos felices todos juntos a la nueva casa. Curiosamente por el camino —antes que los niños se durmieran en el vehículo—, recuerdo que me decían los niños si era bonita la casa y qué haríamos en el nuevo lugar. Sonreí y les dije que tendrían mucho sitio para jugar y mucho campo. Incluso, el perro que querrían tener. Se alegraron mucho al saber que tendrían un perrito y ya pensaban el nombre entre risas.
Al llegar al lugar, los niños alucinaron con todo lo que veían. Aún quedaba un poco de luz en el atardecer y los niños, con los ojos como platos, empezaron a hacer planes para jugar. En mi caso, ya les comenté a los niños que no fueran al bosque sin permiso y que, solo, estuvieran cerca de la casa. Todo fue con normalidad —instalándose en la casa— y los niños corrían de un lado hacia el otro inspeccionando la casa. Los niños eligieron una habitación y otra la usarían como cuarto de juegos. Tal fue, que cenaron y pronto se fueron a dormir. Los padres quedaron en el salón en la planta de abajo, viendo la televisión hablando de proyectos. Cierto que, esa noche, no ocurrió nada extraño.
“Cuando uno se instala en un nuevo hogar, siempre va bien limpiar energéticamente el sitio y otras cosas para asegurar que no existe un polizón”
A la mañana siguiente, al levantarnos, vimos un día espléndido, pero algo nos sacó de un salto de la cama. Las cosas que saquemos y tiremos volvieron a su lugar, ¿cómo era posible? Pensé que, no lo había tirado. Los niños aún dormían, pero algo los despertó que, corriendo, llegaron a mi habitación. De camino, vi algo sonar como si fuera una bola metálica, pero no hice caso. Vi a los niños asustados, los dos juntos en una cama. Les pregunté qué les pasaba y me respondieron que alguien estaba en la habitación, mirándolos fijamente. ¡Alucinante! Pero esto no acaba aquí. Pasaron los días y el asunto fue aumentando. Los niños, al parecer, veían cosas y ocurrían cosas —los juegues así lo mostraban—, por las noches se escuchaban ruidos y cada vez se manifestaba más.
Una noche, como tantas, empezaron ruidos y con el paso de las horas, como no prestábamos atención, una especie de terremoto empezó a sacudir la casa y nos levantó. Los niños salieron corriendo de la habitación llegando a la nuestra y el temblor seguía, fue alucinante y, al mismo tiempo, brutalmente aterrador. No sé qué fue eso, pero decidimos salir a la calle con el miedo. La casa se movía y fuera no, ¿cómo era posible? Llegó un momento, su movimiento cedió y las luces se apagaron. Accedimos al interior y dimos la luz —esa noche todos dormimos juntos—. Ya con esos eventos intentamos hacer vida normal, pero siempre pasaron cosas. Mientras tanto, nosotros seguíamos trabajando en la casa para dejarla a nuestro gusto. Recuerdo que algunas noches los niños veían a alguien en la habitación. Pero no nos olvidemos que adoptamos a un perro y del cual, casi siempre, se volvía loco ladrando.
“El perro, los eventos, los ruidos y los niños asustados. No se sabía qué pasaba. La cuestión es que solo fue el comienzo”
Un día el perro dejó de ladrar y solo hacía que mirar a un lado de la casa. No entendimos el porqué, pero su comportamiento fue empeorando. Llegó un momento en que, se marchaba y se perdía en la montaña y horas después volvía. Los niños, jugando fuera, veían cosas e incluso, luces en el bosque sin explicación. Iba pasando el tiempo y la casa quedó estupenda, pero los eventos seguían. Una noche, algo me despertó y vi fuera, unas luces potentes sin dar crédito. Salí y fui a mirar esas luces a posadas en el suelo. Vi claramente una nave —un ovni— y me asusté. En su interior salieron unos hombrecillos que, tras de mí, entraron en la casa sin forzar la puerta. Nos invitaron a ir a la nave y los niños también. El perro sumiso, también fue abducido por esos seres y todos nos fuimos.
Nos enseñaron muchas cosas, pero al cabo de esa experiencia, amanecí solo en la cama y no había más nadie. ¡Dónde están todos! ¿Qué ha pasado aquí? Tristemente, amanecí solo y me quedé solo. Nadie sabe dónde están y pasaron unos años y, nada de nada. Sigo viviendo en la casa esperando que un día asomen y entren en casa, pero de momento no es así. Ni el perro apareció. ¿Por qué ellos sí y yo no? En fin, poco más que añadir. […]
Por lo que vemos, este testigo, es un claro ejemplo de abducción y, cuando se llevan a gente, algunos ya no vuelven. Lo malo, es que él se quedó solo. Sin más esperanza.
Sin más amigos, me despido.
Saludos a todos.
Miguel Ángel
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