EL TESTAMENTO DE SAN JUAN (Rescatado por J.J. Benítez).


 
 
CAPÍTULO 2. EL SEGUNDO LIBRO DE LOS MISTERIOS Y el segundo de los ángeles abandonó su trono, abriendo el Libro de la Perfección de Dios. Y aquel ángel tenía forma de círculo. Y de él nacía una luz como la de un sol naciente. Y con voz de niño, de hombre y … de anciano clamó ante mí: «Escucha, mortal, lo que muy pocos saben. Éste es el segundo secreto. La naturaleza de Dios es eternamente perfecta. Yo soy su emblema. Vuestros profetas lo comprendieron. Dios es como un círculo, sin principio ni fin. Vosotros, sin embargo, habéis humanizado la perfección, limitando la idea del Perfecto a la perfección humana. Escucha, mortal: el Padre es un eterno presente. La perfección humana, en cambio, es una fugaz sombra de un fugaz minuto de ese eterno presente. El hogar del Padre es el presente. Y en él habita en toda su gloria y majestad. Y el presente de Dios es el pasado y el futuro de los hombres y de cuantas criaturas se mueven en el círculo de la eternidad. Él está literal y eternamente presente en todos sus universos. Y sin Él, el Universo carecería de presente.» «Yo soy el Señor: no cambio» Y el círculo eterno, sin dejar de girar, nos envolvió en un océano de luz. Y ante este pobre siervo fueron mostradas todas las obras de la Creación. Y en cada una de ellas se hallaba el círculo de Dios. Y el segundo ángel me dijo: «Mira lo creado. La perfección infinita de Dios está en todo. Ni en el fuego de las estrellas, ni en el celo de los animales, ni en la búsqueda de la abeja, ni en el azul del mar, ni en el corazón del hombre hay cambio. Todo es una ilusión. Él trazó sus planes, proclamando el fin desde el comienzo. El paso de los días, el variable rumbo de las aves y la vejez de los mortales no significan cambio alguno. Dios no vuelve nunca sobre sus originales designios. Fueron establecidos en la Perfección y la Perfección es inmutable. El Señor de las luces es el no-cambio. En la conducción de los asuntos universales no existe posibilidad de variación. Todo fue y será de acuerdo a un permanente presente. Él dice: «Yo soy el Señor: no cambio. Mi opinión prevalece. Mi obra es buena y cumpliré todo aquello que me place, tal y como fue establecido.» Escucha, mortal: los planes y designios de Dios son perfectos y eternos porque son Él mismo. Nada podéis añadir o sustraer a su obra. El que mata, no rompe ni roba los planes divinos. Incluso la iniquidad cumple su papel. ¿Quién de vosotros podría mejorar la sucesión de los días y las noches? ¿Alguno es capaz de añadir generosidad a la generosidad de la Naturaleza? ¿Te sientes tú con poder para modificar el tránsito hacia la muerte? Todo cuanto hace Dios subsiste. Los cambios de forma, de lugar o de tiempo son espejismos de vuestra mente imperfecta y limitada. Sus planes son firmes, sus criterios inmutables y sus actos, divinos e infalibles, de acuerdo con su suprema Perfección. Fue escrito y escrito con verdad que mil años son a sus ojos como el día de ayer cuando ha pasado y como una víspera en la noche. Pero vosotros no podéis captar la perfección de la Divinidad, de igual forma que vuestro espíritu ignora por el momento su auténtico origen y destino. ¿Es que el mar puede soñar? ¿Puede el hombre cambiarse por el mar? ¿Puedes tú encerrar en tu mirada la luz de una galaxia? Y, sin embargo, Dios es mucho más. Tan perfecto que permite que tú, en la carrera hacia el Paraíso, puedas descubrir y compartir su Perfección.» La inmutable mano del destino Y el segundo ángel, aquel que me hablaba con voz de niño, de hombre y de anciano, tocó mi frente con su luz. Y la palabra «Destino» quedó grabada en ella. Y el segundo guardián de los secretos de Dios dijo: «Escucha lo que muy pocos saben. El hombre ha oído hablar de él y le teme porque ignora su naturaleza. El Destino no es un fantasma, ni tampoco un voluble espíritu errante. Forma parte de los designios del Padre y, como tal, es implacablemente justo y amoroso. Cada mortal del tiempo y del espacio es obra directa del Padre y, por tanto, comparte y compartirá siempre esos designios. Es más: vosotros sois su designio. Y el Destino está en vosotros, escrito desde el principio de los principios, como fiel guardián de vuestra carrera ascensional. Nadie puede escapar al Destino, como nadie puede escapar de sí mismo. No creáis en la ilusión de un Destino modificable. Son muy pocos los que cometen la torpeza de revelarse contra la Perfección. Vuestro camino ha sido trazado desde el origen por la suprema Bondad y Perfección. Las variaciones y los cambios en vuestras vidas —ya fue dicho— son fruto de las fronteras de vuestro intelecto, encarcelado de momento en la imperfección. No os engañéis. Debajo de esas aparentes modificaciones se halla el cimiento granítico de los inmutables y siempre perfectos planes divinos.» Y el segundo ángel preguntó: «¿Y cuál es el Destino de los hombres? Está escrito: regresar a la fuente de la que manaron.» Entonces, los siete poderes que guardan los siete secretos de Dios fueron a postrarse ante mí, clamando: «Santo, Santo, Santo, Señor Perfecto, tú que derramas el agua de tu amor en cada una de tus criaturas.» Y el gran círculo de la Perfección siguió hablando. «Escribe cuanto veas y escuches. Esta Perfección del Padre no nace de su justicia, sino de la gracia de su bondad. Y es esa bondad perfecta e infinita la que le hace salir de sí mismo, para derramarse en su Creación. Tú y los tuyos sois agua de su agua. Dios, en su Perfección, no se aisla. No conoce puertas. No sabe de límites. Es como un horno eterno que irradia. Vosotros y nosotros y todas las criaturas dotadas de su chispa divina hemos partido de su Bondad y a ella volveremos. Nuestro camino es un permanente retorno. Y Él, en su infinita perfección, se nutre y alimenta, ganando la experiencia de la imperfección en nuestras propias imperfecciones. Fue escrito que somos su corazón, sus manos, sus ojos y sus pies. Él no conoce la imperfección, pero comparte la vuestra y la de todas sus criaturas evolucionarías. Es a través del contacto personal con vuestros Monitores de Misterio como Él se aflige cuando vosotros estáis afligidos. Es en y por la presencia divina que os habita como Él siente, conoce, duda y se duele, haciendo suyas vuestras propias experiencias, alegrías y tragedias. La Suprema Bondad sufre en vuestro sufrimiento. La Suprema Perfección ama y llora en vuestro amor y en vuestro duelo. ¿Es que podéis imaginar mayor sabiduría?»
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